¿Qué imagen se te viene a la mente cuando piensas en
“lectura compartida”? seguramente pienses en esos momentos en los que padres y
madres leen un cuento a sus hijos antes de dormir. Pues bien, ese momento íntimo que forma parte
de la rutina de muchas familias es una de las múltiples manifestaciones y posibilidades de la lectura
compartida.
Muchas veces sentimos que leyendo un cuento a un
niño el provecho es para ÉL, que estamos haciendo algo por SU desarrollo. Pero
nos hemos detenido a pensar qué nos aporta a nosotros ese momento de lectura
compartida?
Compartir hace referencia a la acción de distribuir,
repartir o dividir un recurso o espacio para hacer posible su disfrute común. Es decir que cuando comparto algo con los
demás no solo se beneficia quien recibe sino también quien da. Si somos conscientes del beneficio común que
se desprende del acto de compartir, podremos entender la complejidad y la
riqueza que se esconde tras el acto de la lectura compartida.
Pensemos en todas las posibilidades de lectura
compartida que existen: padres y madres
que leen a sus hijos desde que son bebés, maestros que leen a sus alumnos,
hermanos mayores que leen a sus hermanos menores, adolescentes y adultos que se
recomiendan e intercambian lecturas, clubes de lectura, etc. En todas estas situaciones se entretejen
relaciones afectivas de diversa naturaleza y es por eso que el acto de
compartir libros y lecturas aporta tanta riqueza y emotividad.
Para efectos prácticos voy a dividir los beneficios
de la lectura compartida en cuatro categorías, pero todos ellos fluyen a su
antojo y conveniencia en el acto mismo de la lectura y a través de los lazos
relacionales y afectivos que van tejiendo quienes en él participan.